lunes, 16 de enero de 2012

Sin alma, sin destino.


Ya era la quinta copa. En el bar todos me volteaban a ver con lástima. Tenía la cara llena de lágrimas y sin nada de energías, me quedé dormido. Soñé contigo, lo que éramos, lo que debímos haber sido, pero nunca fuimos por culpa de ese maldito camión. Soñé cuando tuvimos a nuestro primer hijo, cuando te ví por primera vez, recordaba cuando nos acostábamos en el pasto a contemplar las nubes y decíamos cosas incoherentes, recordaba vagamente su risa, que después se convirtió en lágrimas. No pude más y desperté. No había pasado ni una hora.
Un señor se me acercó, y me dijo que era psicólogo. Que había curado a todos sus pacientes y que le dijeron que yo necesitaba ayuda. Comencé a reir, y le dije que no necesitaba ayuda, pero él insistió, y le conté mi historia.

Yo era muy feliz, estaba a punto de graduarme de la universidad, vivía solo en un departamento cerca del campus, y me gustaba mucho ir al parque a observar las palomas y los niños jugando. Un día ví lo más hermoso de mi vida. Era una mujer de cabello negro,  nariz respingada y una sonrisa perfecta. Ella estaba ahí, jugando con su perro, escribiendo algo en una libreta. Me armé de valor y me senté al lado de ella. Me acuerdo de su olor; era como vainilla. Le dije: “Que bonito está el día, ¿no?” Ella me volteó a ver y sonrió. Asintió con la cabeza y empezamos a platicar. La invité a tomar un café al siguiente día y ella aceptó. Toda la noche estuve pensando en ella, su nombre me daba vueltas en la cabeza. No podía dormir de la emoción. Ese día fue la primera vez que ví a Andrea, la mujer que me iba a hacer feliz.

Después de 1 año me gradué en economía y ella en leyes. Estaba muy feliz, y con todos mis ahorros, le compré un anillo. La invité a cenar y le pedí matrimonio. Ella aceptó. Fuimos al apartamento y tuvimos una noche inolvidable. 
Tres semanas después, me sale con la noticia de que estaba embarazada. Estaba algo feliz y a la vez confundido, no lo podía creer.  Lo llamamos Daniel.

A los 5 años de casados empezaron las peleas, y le dije que estaba harto de ella y que era igual que todas. Estaba lloviendo muy duro. Ella agarró el coche y a mi hijo, y se fue de la casa. Esa misma noche me hablaron por teléfono, diciéndome que un coche Pontiac azul había chocado y se había volteado. Fui a ver lo que había pasado y vi ahí, en una camilla, sangrada de las manos y de la frente, a mi esposa. Me agarró de la mano y me dijo sus últimas palabras que aun recuerdo con mucha tristeza: “Perdóname, te amo.” Cerró los ojos y su corazón dejó de latir. Yo lloré, sin saber que no me había enterado de lo peor. Mi hijo, Daniel, había muerto también. Me encontraba solo, sin saber que hacer. Tomé mi coche y lo arranqué a toda velocidad queriendo morirme, pero no sucedió. Volví a mi casa furioso, azotando todo lo que veía, la única pregunta que decía era: “¿¡Por que!? ¿¡Por qué a mí!?” Lloraba y lloraba, hasta que a lo lejos ví una sombra. Era una persona muy alta y tenía algo en la cabeza. “Hola”, me dijo. Se acercó y con temor pude ver que se trataba del diablo.
-¿Quién eres?
-¿Cómo que quién soy? ¿Acaso no me reconoces? Soy yo, el diablo, Lucifer, Satanás, Luzbel, o como prefieras.
-¿Y qué haces aquí?
-Vengo a ofrecerte un trato. Tú sabes lo que yo quiero, pero, ¿tú qué quieres?
-Quiero tener a mi esposa e hijo de vuelta. Igual me moriría sin ellos, así que si puedo recuperarlos y darte mi alma, no perdería nada.
-Muy bien, aquí está tu contrato. Fírmalo ahora y tendrás a tu familia de vuelta.

Firmé, y al terminar, sentí un ligero apretón en el pecho.  “Aquí está tu familia” me dijo “nos vemos”. Ví a Andrea y a Daniel. Los abracé y lloré aun más de felicidad. Ellos se sorprendieron. Al parecer no recordaban nada. Los iba a llevar a cenar, y había que cruzar una calle. Les dije que se adelantaran mientras yo compraba algo. Le iba a comprar unas flores hermosas. Ellos se adelantaron y apenas me volteé, oí un grito. Temí lo peor, y lo peor sucedió. Fui corriendo y vi atropellados al amor de mi vida y a mi amado hijo. Un camión había pasado por encima de ellos.



“Y aquí estoy, sin alma y sin nada a quien querer, esperando mi muerte para sufrir una condena infinita. Por eso lloro, y por eso nadie me puede ayudar.”

El psicólogo me dio la mano, agarró su sombrero y salió del bar. Yo permanecí ahí, sin saber que querer, sin saber que pensar. Sin tener alma ni destino.

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